viernes, 27 de noviembre de 2009

Las Pomas o La cruda realidad




Esaú González


Pénjamo, Guanajuato


El aullido de los coyotes se escucha a lo lejos, María de los Remedios Ventura prende el fogón de su improvisada cocina. Alrededor otras cuatro familias hacen lo mismo; son las cinco de la mañana y en Las Pomas el trabajo está por comenzar.
En este poblado el frío es tan gélido que se pierde entre las necesidades básicas de tan sólo cinco hogares situados en la Sierra de Pénjamo. Las costumbres que se han arraigado de generación en generación han propiciado parte de su estancamiento.
Aquí el desarrollo no ha llegado: no hay luz, agua, drenaje, calles pavimentadas, teléfono, televisión u otro aditamento de la llamada civilización.
María Ventura es madre de una hija de 12 años que estudia la secundaria en un poblado vecino, a cinco kilómetros. Dice ser afortunada porque el gobierno le dio el material para construir una casa con dos cuartos y sala comedor.


Sin embargo, sólo tiene una cama para dormir junto a su hija al ser madre soltera; el resto de la vivienda esta vacía.
Es campesina, siembra maíz, frijol y cuida algunas vacas, aún trae puesta una gorra con el nombre de uno de los candidatos que fue de campaña para ganarse el voto, prometiéndoles un camino y energía eléctrica.
Y aunque a las cinco de la madrugada aún no sale el sol, en Las Pomas, la vida ya ha comenzado, todos están levantados. María, prepara el desayuno a su hija, una gordita de maíz y un vaso con café.
En la cena del día anterior comieron frijoles y la misma bebida, su alimento durante las tres comidas del día.
Compró una camioneta
José Isabel Ventura, hermano de María, también es campesino, tiene 43 años, apenas cursó la primaria, tiene dos hijos; cómo su padre, la tradición es irse a trabajar a Estados Unidos, la última vez que pasó, fue hace tres años, hoy dice, ya no necesita pagarse "coyotes", "ya me sé el camino, me lo enseñó mi papá", refiere.
Sin embargo José ya no ha vuelta cruzar la frontera, en sus tres últimos intentos lo detuvieron, en uno de ellos fue asaltado, por fortuna, en sus aventuras y producto de su trabajo, logró comprar un terreno en la zona urbana de Pénjamo y una camioneta con la que transporta sus productos.
Con velas
Luis Enrique Ventura Salazar tiene 15 años, pero su aspecto es el de un niño de 11. Por la madrugada se alistaba para ir a la secundaria en el mismo poblado que estudia la hija de María.
En el interior de una cocina elaborada con tejas y adobe, una de sus hermanas y una tía molían maíz para hacerle unas tortillas y calentarle un plato con frijoles.


Ahí apenas se alcanzaban a ver las siluetas alumbradas por veladoras.
Aquí habitan las personas más viejas de la comunidad, aún con costumbres machistas, tienen el concepto de que las mujeres se deben dedicar a la cocina, si estudian, sólo debe ser para aprender a leer y cuando tengan tiempos libres tienen que ayudar en el campo.
No tengo frío
Nadie en Las Pomas se queja del frío, como Margarita, de 25 años, estudió la primaria, igual que todos en la comunidad, es la segunda de nueve hermanos. Para cubrirse del frío apenas vestía un pants, una gorra de un partido político y una blusa derruida.
Se le preguntó, ¿Tienes frío?, "sólo en las manos, siento que se congelan" y añadió "voy a ir por leña al cerro como los hombres, porque mi abuelo no nos deja salir porque piensa que nos van a robar".
Es aficionada al grupo Kapaz de la Sierra, rara vez va a un baile, su sueño es casarse.





LOS NIÑOS DEL KÍNDER
En tanto, los "cuates" Carlos y Eduardo, pidieron para navidad, unos zapatos y un balón, ellos estudian en el kínder, tampoco están bien cubiertos del frío, sin embargo, la comida para ellos sería mas profusa: sopa de fideo y arroz, "por que quiero que vayan bien alimentados", dijo su madre, que también hace el papel de padre de familia, dijo que estaba lista para caminar cargando unas bolsas con nopales o xoconoxtle para venderlos y traer dinero a su casa situada en la zona a la que no llegaron cobijas, chocolates y el desarrollo.


ÉNFASIS
Las Pomas se ubica en la sierra de Pénjamo, a 20 kilómetros de la zona urbana. No tiene luz, agua, drenaje, calles pavimentadas, teléfono ni televisión. Cuenta con 40 habitantes, todos son familia y se apellidan Ventura. Cuentan con una escuela y un kínder al que asisten 20 niños. La secundaria y el bachillerato están a 5 kilóme-tros de distancia, hasta ellos sólo se llega caminando.
    

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